texto Bruno Padilla // imágenes Jane's Walk Sevilla y Surnames narradores transmedia
Ser libres en la era de internet
Sevilla son sus azoteas, podría anunciar como reclamo una agencia de turismo interesada en algo más que tópicos. Así se demostró ya desde la primera edición de Jane’s Walk Sevilla, donde de la mano de la fotógrafa Stefania Scamardi ya se recorrieron «estos paisajes marginales ocultos en la percepción material de la ciudad, desconocidos como espacios de sociabilidad y sin embargo lugares vivos en el imaginario sevillano». Así, también de forma oculta pero imparable, ha ido creciendo en algunas azoteas hispalenses la iniciativa SevillaGuifi. Primera aclaración al respecto de su denominación: se pronuncia como se lee, guifi, y no como si llevara la diéresis; así se distingue de wifi, la tecnología para comunicar datos de forma inalámbrica. Guifi.net es algo muy distinto; distinto a casi todo, en realidad. Se trata de un proyecto de telecomunicaciones ciudadano y comunitario (ahí está gran parte de la clave), que nace en Cataluña durante el año 2004 y se materializa actualmente en la red libre más extensa de todo el mundo.

Tras una breve introducción en la Plaza de San Marcos, el ingeniero de telecomunicaciones Pablo Mallén Pascualvaca nos guía hasta una de esas azoteas, en la calle San Luis. Él es uno de los impulsores de SevillaGuifi y de otras iniciativas colectivas, y sin duda es un estupendo orador: divertido y claro a la hora de divulgar el funcionamiento de esta red para muchos de los paseantes que no estamos nada duchos en materia de tecnología. Con un ojo puesto en el cielo y la lluvia fina que nos cae pero que no será suficiente para interrumpir el paseo, Pablo nos enseña una de las antenas de Guifi y trata de explicarnos lo que significa un nodo como este dentro de la red, un elemento base a través del cual se conectan diversos dispositivos. En concreto, este punto de la red está ubicado en la azotea de Nanín, usuario de SevillaGuifi desde principios de 2015. Según haya más usuarios dispuestos a levantar un nodo en su azotea, se pueden ir conectando más personas.


Surgen muchas preguntas ante las explicaciones de Pablo, una de las primeras parece hallarse entre las más habituales: cuando hablamos de una red libre, ¿nos estamos refiriendo a internet barato o gratis? La respuesta es que se puede llegar a ello, pero tal y como bien resuelven en su web «si reducimos el proyecto completo a esta cuestión, la respuesta siempre será negativa». SevillaGuifi es mucho más: un proyecto con un fuerte componente social basado en el principio de soberanía tecnológica y donde el secreto reside en compartir, ya sea conexión a internet, telefonía IP, almacenamiento, canales de contenidos, impresoras colectivas y muchos otros servicios. Y, pese a lo que pueda parecer a simple vista, es perfectamente legal. Guifi.net está dada de alta como operadora dentro de la Comisión del Mercado de Telecomunicaciones y existen mecanismos legales que permiten la instalación y compartición de recursos.

Una de las cuestiones que acertamos a comprender todos los paseantes en la azotea de Nanín, que está «muy contento» como usuario de la red, es que las frecuencias que emplea SevillaGuifi se basan en ondas parecidas a las de la radio, los radares o los microondas. Por tanto y a diferencia de otras que se hallan reguladas, como las de los teléfonos móviles, son libres y no pueden ser privatizadas. También se distingue de internet por el hecho de no depender de ningún gobierno estatal: «en una red libre», aclara Pablo, «no puedes cortar el acceso o censurar, porque no hay un organismo que distribuya o controle las telecomunicaciones». Es uno de los tres principios de Guifi, que se define como una R-LAN: Red Libre, Abierta y Neutral.
Los usuarios toman el control
Libre supone que cualquiera puede entrar o salir de esta red, si tiene unos mínimos conocimientos y herramientas. Abierta, porque de nuevo cualquier persona puede acceder a la información sobre cómo está configurada la red: «Tiene que ver con conceptos que hoy en día nos son familiares, como el de código abierto», añade Pablo. Es decir, todos la controlaríamos, porque es pública y se pueden visualizar los puntos donde se conecta cada usuario, lo cual –eso sí– «tal vez podría chocar con la privacidad de datos», se autocritica nuestro propio guía. Lo de Neutral, en cambio, nos convierte en más dueños de cómo circulan nuestros datos, ya que nadie puede interferir, priorizar o cortar el acceso a la red en base a intereses ajenos, a diferencia de lo que ocurre con otros servicios de telecomunicaciones actuales: «En Malta, por ejemplo, no funciona Skype, porque se concede la hegemonía a las compañías telefónicas».

Es decir, la R-LAN es una forma de resistencia cuyo objetivo es «ir desplazando el límite de lo privado, ganando espacio para lo público». Como el resto de redes que operan en el mercado de las telecomunicaciones, también «hay un componente económico, la diferencia es que aquí se halla gobernado por todos». Pablo Neira, profesor de Informática en la Universidad de Sevilla e integrante de la asociación de software libre Plan 4D, también forma parte del grupo motor de SevillaGuifi y expone que el fin último de esta iniciativa sería «crear una red de comunidad (community network) que sea como un internet de Sevilla; es decir, que se nutra de tantos nodos que nos comuniquemos sin necesidad de internet».

Desde su perspectiva, es muy positivo construir una red descentralizada viendo «la deriva de internet en los últimos años: los nodos cada vez están más concentrados mundialmente por empresas como Google y Facebook, que en teoría ofrecen servicios gratuitos, pero la comodidad de usarlos acaba generando dependencia». Así se demuestra en algunos sucesos recientes que muchos paseantes desconocemos, como el bloqueo gubernamental de WhatsApp en Brasil o el de Twitter y Facebook en Turquía. Pero no es la única forma en que los servicios de telecomunicaciones que habitualmente usamos suponen una forma de control. Según comenta María Arias, de Geoinquietos Sevilla, hay otros dos aspectos donde se está poniendo especial énfasis en la actualidad: la vigilancia policial a través de geolocalización y el marketing personalizado a través de metadatos. Motivos suficientes para dar un voto de confianza a redes alternativas como las que propone Guifi.
Redes para la resistencia
De la azotea de Nanín, a quien agradecemos su hospitalidad, descendemos nuevamente a la calle San Luis, deteniéndonos brevemente frente a la fachada del antiguo Centro Social Okupado y Autogestionado (CSOA) Andanza, que estuvo activo durante un año y medio. Según nos explica Pablo Mallén, «este tipo de espacios tienen especial interés en un servicio de telecomunicaciones como el que ofrece SevillaGuifi, ya que se les suelen presentar dificultades a la hora de acceder a servicios de pago regulados». De hecho, incluso diez meses después de su desalojo y cierre, el centro sigue estando conectado a esta red, que hasta aquella fecha constituía la única opción para garantizar su independencia de otros servicios que sí se hallan bajo el control administrativo. También de manera independiente o paralela a la regulada por los gobiernos y –más aún– los llamados mercados (aunque los mercados son otros, como bien saben en Jane’s Walk), funciona otra red, en este caso vinculada a un espacio muy concreto: el Pumarejo.
Nuestro siguiente hito en el paseo es justamente esa plaza sevillana, símbolo de la resistencia y bastión de la filosofía del decrecimiento en nuestra ciudad. De ese movimiento surgió la Red de Moneda Social Puma, que como SevillaGuifi aboga por la soberanía, aunque aquí se trate de la económica. De hecho, ambos colectivos llegaron a un acuerdo y el Puma realizó un préstamo que la red libre de telecomunicaciones ya ha devuelto, a base de ofrecer su tiempo y sus conocimientos a los usuarios de esta moneda social. En este punto del recorrido, Pablo aprovecha para explicar la gestión económica de Guifi a través de la Fundación homónima. En la Casa Pumarejo, claro, se ubica otro de los nodos de la red, para ofrecer servicio al vecindario. «¿Y cuánto pagan los usuarios por la conexión?», se pregunta un paseante. Pues sólo 10 euros al mes, aunque aquí se abonan en pumas. Lo que SevillaGuifi busca, más allá de extender el servicio, es que la gente se implique y se ofrezca a levantar nuevos nodos en puntos que carezcan de ellos. «Algo más parecido al consumo colaborativo que se hace en los grupos ecológicos», ejemplifica Pablo.

Y es que, en el fondo, esta iniciativa tecnológica también aspira a un cambio de paradigma del modelo económico. De hecho, la cooperativa catalana Eticom ofrece a sus socios servicios de teléfono fijo e internet «contribuyendo al desarrollo de la fibra óptica abierta, libre y neutral arbitrada por Guifi» –según expone su propia web. Así, en la actualidad hay muchas iniciativas tecnológico-sociales tratando otros temas de interés como el software libre o la privacidad, por lo que «combinar de forma inteligente y cooperativa estas herramientas puede resultar en un uso más libre y más justo de las telecomunicaciones». Aun así, como el propio Pablo admite, para llegar a esos objetivos a largo plazo, que en última instancia buscan la autogestión y el empoderamiento de los usuarios, «nos queda tela».
Pero también se ha avanzado mucho desde el origen en 2004 de este movimiento, que pronto se comenzó a expandir a lo largo y ancho del territorio nacional, y también a países cercanos como Italia, Francia y Marruecos. Hoy existen más de 28.000 nodos de Guifi funcionando en todo el mundo. En Cataluña, donde esta red ha provisto de servicio a pueblos a los que no llegaba internet, hay unos 10.000. En Sevilla son muy pocos aún, debido al reducido grupo de personas que atienden a la demanda: «Necesitaríamos gente que contribuya al proyecto y nos dé vidilla», responde Pablo. Gente como Amalia y Paco, usuarios de SevillaGuifi y a la postre… sus padres, aunque eso no lo descubrimos hasta finalizar nuestra visita a la que es la última parada del paseo: su azotea en la calle Antonio Susillo. Allí, su hijo Pablo termina por aclararnos todas las dudas respecto a la iniciativa, y también allí nos damos cuenta de que justamente la cercanía y la transparencia de su exposición representan los grandes valores del proyecto. Cuando nos despedimos de la amabilidad y la simpatía de Amalia y Paco, ya sí que tenemos claro de qué iba todo este lío tecnológico: de hacer comunidad. Nos vemos en las azoteas, en los bares o en las redes.
